A un vestido de ser inversionistas inmobiliarios.

Esta historia comienza cuando un desarrollador comenzó confesando que su exito se daba por culpa de un vestido de novia.
Hace más de 60 años, cuando mis padres se casaron, mi papá le ofreció $2,000 pesos a su entonces novia para que se comprara su vestido.
Mi mamá le respondió que mejor ahorrara el dinero, que su prima se había casado hacia algunos días y ella le iba a prestar el vestido: ¡solo tenía una puesta!
El novio (mi papá) rechazó absolutamente la idea y le entregó el dinero sin permitir opinión al respecto. “Compra el vestido que tu quieras, el que haga a ese día un momento inolvidable” –le dijo. Mi mamá pensó mucho en la frase y decidió ir con un tío suyo a pedir recomendaciones de inversión.


Tío, ¿qué puedo hacer con 2,000 pesos? Mira, la verdad es que no mucho, pero yo acabo de comprar un rancho a las afueras de la ciudad. Te puedo vender una pequeña parcela de ese rancho a cambio de tus 2,000 pesos. Y así, sin más, mi mamá compró un pequeño pedazo de rancho.
De regreso a la boda, utilizó el vestido de su prima con algunos arreglos que hizo personalmente y llegado el día, nadie se dio cuenta. Mi papá incluso comentó que el vestido era mucho más bonito que el de su prima. La boda fue todo un éxito.
La parcela permaneció como un secreto hasta que llegaron las bodas de plata, 25 años después. En ese momento, mi mamá le entregó las escrituras de la parcela como regalo a mi papá y contó toda la historia del vestido. Más allá de las risas de la anécdota, lo sorprendente fue la inteligencia financiera y emocional para lograr toda el suceso –además de mantenerlo oculto por tanto tiempo-.
Unos años después de la revelación, la familia decidió desarrollar la propiedad. Totalmente urbana, ubicada dentro de una zona de alto valor de la ciudad, era una joya para trabajar. En ella, se construyeron poco más de 300 casas de nivel residencial plus. Producto de la venta de esas propiedades, se invirtió en otras propiedades en 3 ciudades. Hoy hay toda una organización que se dedica a desarrollar y reinvertir los productos de esas inversiones.

Así que la historia del vestido aún no termina. Se siguen tejiendo logros financieros y urbanos de una decisión que verdaderamente fue para toda la vida.
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Tres moralejas para rescatar de esta historia:
Siempre creemos que las inversiones inmobiliarias requieren inversiones que están limitadas a los grandes capitales. En realidad, todos estamos a un vestido de ser inversionistas inmobiliarios.
Las grandes inversiones requieren tiempo para madurar. Maximizar los retornos de una propiedad implican tener el temple para leer el timing más indicado.
No hay mejor regalo de bodas, sea de cualquier aniversario que una inversión inmobiliaria. En el futuro puede representar la libertad financiera de la familia, o mejor aún: todo un nuevo negocio para las siguientes generaciones…